sábado, 8 de agosto de 2009

Puede más

[Julio de 2009]

Los brazos van al costado, las palmas miran hacia arriba (qué mentira es en este momento decir “arriba”, pero me da la espalda, finge no mirarme mientras su ojo repta como un lente fotográfico por el rabillo y me espía). El suave trote hace que los dedos se golpeen suavemente contra la palma, el cierre del buzo está subido hasta el tope, lastima un poco el cuello, hace un sonido agudo muy chico, muy corto, muy acá.
El silencio es meramente formal: las zapatillas arrastran el fino polvo de las calles, parece una intermitencia o un rasguido o polvo bajo unas zapatillas viejas de correr que ya no sirven ni para eso.
Esta anocheciendo, el cielo se ha estado deshaciendo en breves instantáneas que no tienen nada que ver con esto, trataré de decirlo rápido porque me aburre: ese azul de manera celeste no sé bien porque es ya un naranja tímido que casi se ha estado cayendo, se fue derritiendo, cada vez que esta más cerca de la vereda se le antoja ser violeta y un violeta más fuerte cada vez y más y más. Cuando ya es negro, yo sigo corriendo.

Cada impacto inicia una corriente de vibración que llega hasta la rodilla y vuelve, la plantas de los pies hechas por piezas mal acomodadas, se van desarreglando mientras fallan.(o lo que falla es, es mentira decir ‘falla’, falla como una maquina en desuso, como un movimiento mal hecho: iba a tomarte del brazo y de repente mis dedos se cerraron en el aire. Ya no estabas. Fallé)

Detrás de las rejas está el caballo, sus músculos, agua.
Siento que un momento se aplana hasta tocarme y nos toma por igual, su fina piel, su suave terciopelo gris adherido a la carne, leves oleadas de montículos de grasa y tendones van re acomodándose al galopar sumiso del caballo, sumiso de la noche.

(un canal: Las palmas vueltas hacia arriba, el rabillo del ojo, el orgullo predeterminado, la espera inclemente, los músculos agua, un suspiro entrecortado, la descomposición de todos los días, mía.)










Detrás de la reja también una cámara se acerca al caballo, en una especie de móvil que va filmando su galope, se desliza sin dificultades a una velocidad cómoda.
En su casa los televidentes podrán ver sus músculos, su cansancio, su galope, su entrega, una publicidad de cigarrillos con una chica rubia, la fina línea de mugre, una burbuja de sangre explota cerca de su oreja, podrían verlo moribundo, podrán verlo morir, incluso elegir cómo.
Pero cambian de canal, ya es aburrido ver siempre lo mismo. No se le ocurre nada a nadie
Continúo corriendo.

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