martes, 11 de agosto de 2009

Estrategia Urbana

[Agosto de 2009]

El dedo índice marca la hoja que venía leyendo antes de entrar en la estación. No me gustán los señaladores, uno emplea más energía en evitar perderlos, en cuidarlos.
La terminal parece un hangar interminable de trenes y ruidos, gente apurada, todos corren, maldicen. Blasfeman. Enemigos, todos, salvo momentáneos aliados. Son momentos tensos en los cuales a veces hay que admitir que no siempre se tiene el control y hay que transferir un poco a otro individuo.
El tren sale 18:28, suelen abrir las puertas 18:18, llego 18:13 manejando el dato de que quienes salen del trabajo a las 18:00, y se encuentran en las cercanías a un radio menor de un kilómetro a la redonda, ya están haciendo fila frente a la puerta a la cual hayan elegido entrar en los próximos cinco minutos.



Por lo general la gente es imbécil y no hace una buena elección. Las puertas cercanas a la entrada están repletas de personas, cuando ya hay más de quince en la fila para una puerta, esa fila no vale la pena. Cada puerta dirige a la mitad de un vagón, cada vagón tiene 8 conjuntos de 4 asientos, 32 en total , es decir, cada mitad de vagón tiene 16. Las filas de las primeras puertas tiene alrededor de 30 personas esperando.
¿Con que objeto el individuo número 19 o 23 o 35 está ahí parado sabiendo que no va a poder sentarse? Es ridículo.

El secreto está en las últimas puertas, cercanas al furgón
No hace falta que la gente que se encuentra en esta instancia tenga el coeficiente intelectual elevado de manera sobresaliente como para darse cuenta que las filas del final no sobrepasan las 4 o 5 personas, pero al menos así parece.
En 5 minutos abren las puertas, te aseguras un asiento al lado de la ventana, sacás el índice de la página y leés y viajás y dormís y listo. Y los imbéciles agolpados en los primeros vagones, parece imposible de creer.

Claro que no siempre resulta así.
No siempre todo es sencillo, en esos momentos hay que transferir el liderazgo a otras personas.
Ocurre que hay tardes en que el hangar está repleto, y hasta en el último vagón, las filas sobrepasan las 12 o 14 personas.
No queda más que transferir las esperanzas al primero de la fila, es precioso que sea sagaz, ágil, que esté atento a la apertura de puertas, que no deje que ninguna mujer mayor o habilidosos hombres de mediana edad con acechantes portafolios se interpongan en nuestra fila.
Son momentos de tensión, impotencia, no se puede hacer nada, quizá en un puesto 2, 4 se tiene algo de influencia, pero en un puesto 14 no se tiene nada que hacer, sólo esperar.
Muchas veces el líder es débil, distraído, mirá el celular, ¡imbécil! ¡El puesto uno!
Es increíble.
En casos como este, incluso estando en el último vagón, no se obtiene un asiento.
Estando ahí, sólo queda especular. Siempre es más inteligente posicionarse entre medio de una serie de cuatro asientos así se tienen el doble de posibilidades. Si el medio está ocupado hay que apostar.

Derecho o izquierda. Qué problema.
Las pautas a seguir son: si alguien se duerme enseguida o ya lo está o se dispone a, esa persona no vale, si lee el diario con detenimiento, tampoco, un libro tampoco, si estudia tampoco. Acciones en las que se requiera una serie limitada de movimientos, dato certero de que esa persona no abandonará rápidamente el asiento, no sirven para apostar.

Las personas que cuentan son: aquellas que leen rápido el diario, mujeres que se maquillan y/o perfuman, gente que mira el reloj, gente que está agarrando la cartera o el bolso, las monedas, gente que está abrigándose en invierno, si hay aire acondicionado, desabrigándose en verano.

Todas las personas paradas son enemigos.
Importante: en nadie se puede confiar, en los hombres mientras va acrecentando su edad menos todavía, nadie otorgará un asiento al liberarse (por más que en alguna ocasiones esto ocurra, es una impertinencia tenerlo en cuenta a la hora de planificar estrategias). Las mujeres jóvenes son el peor enemigo.
Recuerde, el pasajero parado, es su enemigo.
Resulta de importancia este momento, cuando uno especula o apuesta sobre un pasajero que abandonara rápido el asiento está haciendo un voto de confianza, a veces pasan 2,3,6 estaciones y su apuesta falla. Suele ocurrir que uno apuesta a personas sin el menor sentido común y allí su apuesta falla: hay mujeres que se perfuman 11 estaciones antes de abandonar el asiento. No tiene lógica alguna, esa mujer estropea nuestra apuesta, hay gente que lee rápido producto de la ansiedad o de que no le interesa nada de puro imbécil que es.


Cuando alguien en quien usted confió no abandona el asiento, los rieles parecen silenciarse, el tren parece ralentizarse, las sensaciones se tornan puntiagudas, los músculos se suavizan, los puños se cierran, es una crisis muy fuerte…en ese mismo instante imagino que agarro de la cabeza a mi apuesta, y la golpeó violentamente contra la ventana o el respaldo de la silla, 10, 20, 35 veces. 48 veces. Hasta sentir su sangre infradotada caliente en mi labios, en su sweater celeste que se va tiñendo de rojo, la sangre inunda hebra a hebra los filamentos de oficinista.
Luego el tiempo real se reanuda, mi apuesta sigue intacta mirando el techo, y yo me siento mejor.


Hay que tener en cuenta que si el un asiento de una de las personas apostadas se vacía, gente de sus laterales intentará aprovecharse de sus derechos. Eso sí, si son hombres jóvenes ofrézcales el asiento sonriente, es una formalidad: jamás lo aceptaran.
Sino sea rápido y tomé lo que le corresponde. No deje que nadie arruiné sus planes
Lo logré, lo lograste, el asiento al lado de la ventana, el índice destraba la hoja, los muslos se aplastan.
La persona de al lado duerme con la boca entreabierta. Una mera formalidad, un festejo: ¿Por qué no acompañarla?
Te dormís.

sábado, 8 de agosto de 2009

Puede más

[Julio de 2009]

Los brazos van al costado, las palmas miran hacia arriba (qué mentira es en este momento decir “arriba”, pero me da la espalda, finge no mirarme mientras su ojo repta como un lente fotográfico por el rabillo y me espía). El suave trote hace que los dedos se golpeen suavemente contra la palma, el cierre del buzo está subido hasta el tope, lastima un poco el cuello, hace un sonido agudo muy chico, muy corto, muy acá.
El silencio es meramente formal: las zapatillas arrastran el fino polvo de las calles, parece una intermitencia o un rasguido o polvo bajo unas zapatillas viejas de correr que ya no sirven ni para eso.
Esta anocheciendo, el cielo se ha estado deshaciendo en breves instantáneas que no tienen nada que ver con esto, trataré de decirlo rápido porque me aburre: ese azul de manera celeste no sé bien porque es ya un naranja tímido que casi se ha estado cayendo, se fue derritiendo, cada vez que esta más cerca de la vereda se le antoja ser violeta y un violeta más fuerte cada vez y más y más. Cuando ya es negro, yo sigo corriendo.

Cada impacto inicia una corriente de vibración que llega hasta la rodilla y vuelve, la plantas de los pies hechas por piezas mal acomodadas, se van desarreglando mientras fallan.(o lo que falla es, es mentira decir ‘falla’, falla como una maquina en desuso, como un movimiento mal hecho: iba a tomarte del brazo y de repente mis dedos se cerraron en el aire. Ya no estabas. Fallé)

Detrás de las rejas está el caballo, sus músculos, agua.
Siento que un momento se aplana hasta tocarme y nos toma por igual, su fina piel, su suave terciopelo gris adherido a la carne, leves oleadas de montículos de grasa y tendones van re acomodándose al galopar sumiso del caballo, sumiso de la noche.

(un canal: Las palmas vueltas hacia arriba, el rabillo del ojo, el orgullo predeterminado, la espera inclemente, los músculos agua, un suspiro entrecortado, la descomposición de todos los días, mía.)










Detrás de la reja también una cámara se acerca al caballo, en una especie de móvil que va filmando su galope, se desliza sin dificultades a una velocidad cómoda.
En su casa los televidentes podrán ver sus músculos, su cansancio, su galope, su entrega, una publicidad de cigarrillos con una chica rubia, la fina línea de mugre, una burbuja de sangre explota cerca de su oreja, podrían verlo moribundo, podrán verlo morir, incluso elegir cómo.
Pero cambian de canal, ya es aburrido ver siempre lo mismo. No se le ocurre nada a nadie
Continúo corriendo.