lunes, 26 de mayo de 2008

Una chica, sobre un lago

[Agosto de 2008]

Una vuelta y otra sabana y una pierna sobre otra pierna y qué es ese ruido?
El calor.
La tibieza de las sabanas.
Los ojos tan despiertos, tan sin esa humedad en los ojos que tienen sueño, tan enfocados, tan avisados como tantas otras noches que la insomnia había venido a tocarme el hombro, tan parca, y yo me volvía y ella me decía : "qué es ese ruido que hay en tu cabeza?"
Se tambaleó, cuando me quisé levantar y corrí en busca de esa remera, rápido, porque viene el frío y el frío es como muchas agujas cuando es de noche.
El velador tirado en el piso, siempre en el paso está ese velador, hay que cambiarlo de lugar, hay que, ay, ahí, siempre esos dilemas nocturnos en vez de deberes cuando es de noche, parecen tumores insacrificables, parecen pesadillas. Ay ese velador ahí tirado. Hay.
-
Y la luz nocturna de desmayaba de lleno en mis muslos, en una mitad de mi torso, en mi remera que casi tenía pegada al cuerpo, la luz azul que se filtraba en la casa, parecía irradiada de él mismo, en la mitad de la cara que la recibía , esa luz de lunas suavizaba mis gestos, me hacía más calmo, como todo lo que pertenece a la noche. Menos el frío.
La escalera. Primero la luz. Prendí la luz. Estaba todo oscuro y se ilumina. Ese interruptor (se vuelve a iluminar) que está tan amarillento(oscuro de nuevo) que está sobre una plancha de plástico que pende de un tornillo (iluminado) de un tornillo digo (oscuro) pende como una chica sobre un lago pendiendo de una soga que pende (iluminado) como una mosca pendiendo de una telaraña (oscuro) ese interruptor, lo golpea irritado, que anda tan mal, la luz titilaba. Pende de un tornillo, decía.
Iluminado de nuevo.
-
Bajó un escalón más. La luz seguía relampagueando y ese crack de la madera enmohecida, que gritó no sé sabe bien si de placer o de dolor porque se tornaban tan confusas las sensaciones con ese mirada claroscura y plaf una gota y otra y otra la canilla de la cocina que goteaba y él quería tanto estar en su cama y sufrir tranquilo ese insomnio, ese enrevesamiento de sabanas y esa mirada fija en el techo, pero no, porque no, porque una y la otra y la una, la una y la otra y una y ese compás, esa constancia de las gotas, miralas, tan tenaces y yo sentía que me sonaban adentro de la cabeza, que caía una a una sobre mi cerebro, resbalaban por mis neuronas, inundaban mis sesos, me chorreaba por el craneo, cada gota de esas, y quizá de ahí irradiaba yo toda esa luz azul que creía nocturna y no es posible que esto me esté pasando, voy a enloquecer, alguien prendió la televisión, yo bajo por la escalera y siente, digo, siento como se me va acercando el sonido, ya parece que me toca, que me mete dedos por los ojos, ese sonido de interferencia,de shhhh, me dice "sh". Barras grises, de distintos tonos grises, no se ve nada además de eso, las imagenes parecen haber cedido el paso a los sonidos, y una gota y otra gota, y esa luz que tintineaba, titilaban, que desconocian, mis pupilas, las veia vibrar ante mí, y yo que quería tanto estar ahí en mi cama tirado, escuchando el sonido de mis pensamientos solamente, acosado, abusado, toqueteado por la insomnia, quise gritar, me agarré la cabeza, yo bajaba por la escalera y las rayas filtradas por las rejas de la ventana, subían, subían por mi cuerpo, esa luz azul apuntaban las líneas de mi frente, fruncidas. Y yo quise gritar.
Quise tanto gritar, quise tanto decir, estoy, estoy desesperado, quiero agua. El agua que está en mi cabeza.
Quiero.
Quiero hacer sentir a otros esto mismo.
Quiero ser terror.
Yo tiemblo y quiero ese escozor en tus venas.

Grito.
Quiero hacerte gritar.
(silencio)
Oscuro de nuevo.

sábado, 24 de mayo de 2008

Taza Dorada

[Abril de 2007]

Se me antoja una metáfora. Cómo a veces una comparación tan estúpida como el sol y una moneda de oro es capaz de convertir una imagen en un objeto tan cercano y frío a la piel, el sol convertido en monedas que tintinean entre los dedos, inexplicable. Pero no es el tema que preocupa en este momento. No hoy.
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A ver, algo bien estúpido como las monedas y el sol. Supongamos que elijo una taza de porcelana. No una porcelana cualquiera, una vieja. Una porcelana que solía ser blanca y ahora es amarilla. Despreciablemente pequeña, lo único que esa taza podía inspirar era gracia. Tan chiquita, amarilla, frágil. Tonta. Una taza tonta.
Pero frágil. Y de porcelana, nena. No toqués con esos dedos con chocolate. Pegajosos. Lavate la manos, no seas roñosa. Nena tonta. 2 y 2 son 4 y esa taza no se toca.
Se cae y se rompe. Y si se rompe…
Y si se rompe. Nadie sabe para que está la taza en el estante más lindo, el estante que chupa su nombre: "ElestantedelaTaza". No toques.
La taza es vieja, es amarilla. Estúpidamente la taza no sirve de taza. No se le vio nunca asomar el vapor de un café, café, nena estás loca no ves que se tiñe la porcelana. Finísima. Anda a lavarte las manos. Tonta .Nena tonta. Taza tonta. Nena sucia. Taza sucia. Manos sucias. Anda a lavarte las manos.
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La tía dormía, había terminado la novela de las dos, el rayo de sol le caía justo en los ojos, y balbuceaba palabras de ensueños indescifrables.
Mamá estaba en la calle. Siempre estaba en la calle, abría la puerta y cuando estaba apuntodecerrarla decía, siempre más rápido, "shavengo" así lo decía, rápido, apuradita para que no le entendamos.
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Arrastré el banquito hasta el modular, hasta que golpeó suavecito contra el mueble. Suavecito como un suspiro corto. Me saqué las zapatillas embarradas para subirme y ya empecé a escuchar el ruido. Un ruido suavecito. Muy frío, muy metálico. Cuando ya estaba arriba lo escuché muy claro, el ruido metálico, armónico. Agarré la taza. La taza tonta. La nena tonta .La nena santa. La taza santa: Agarre la santa taza. La que nadie tocaba, ensuciaba, miraba. La agarré con los cinco dedos y el ruido metálico me golpeaba los oídos. El ruido de resplandor dorado. Y la tuve bien cerca. Tan cerca de mí como está cerca el dos del dos cuando dos y dos son cuatro. Y comprobé lo que siempre había pensado de la taza. Era una taza tonta. Taza fea. Nena fea. Nena dorada. Taza dorada. Las monedas cada vez más fuerte. Frías, metalosas, tintinearon. Monedas doradas. Nena de oro. Nena de sol. Nena sin sol.
Y todo negro. Como un pequeño suspiro.

miércoles, 21 de mayo de 2008

Laberinto de brazos

[Junio de 2007]

I
Un ruido.
Se pincha, se rompe
la membrana pegajosa y húmeda que es la piel
adentro del ser
dentro de los tubos rugosos que son las venas.
En el fin
se sabe
todo comienza por la parte podrida.
Late
se dilata
se amontona
se apila
se amasa
explota, burbujea
se derrite
y empieza a fluir, a arrastrarse por la venas rosadas
gomosas, de goma, ruidosas.
La sangre hace ruido.

II
Inhala con esfuerzo por el hoyo que es su boca abierta
el aire rasposo, que igual de rasposo y resignado
sale cuando exhala
ese aire que despoja
que no deja más que un resabio en su ser
de una inútil y fugaz visita a su devastado y
demacrado envase.
Aire inútil, temeroso, vidrioso
afilado
imposibilitado de salvar a la criatura salvaje
en que se ha convertido el ser
taciturna, delineada de necesidades
por debajo de los ojos
o a la mitad del brazo.
Se resguarda en la noche
en el pantano infinito que ahoga temores
hundido hasta las cejas

III
La circulación es la que en cada inspiración
se acelera
y mares espesos de sangre inservible intentan
recuperar la parte raída del cuerpo.
La parte podrida, vieja, dilapidada, gastada.
Sentenciada.
Átomos mueren segundo a segundo cegados por el placer del final.
En el centro mismo del desasosiego
se iluminan un instante antes de morir cuando
un hilo de sangre negra les fulmina el corazón.
La angustia, comprime las paredes.

IV
Luego el dolor concreto
palpable, como si un dedo invisible con furia le señalase el pecho
hasta hacerle doler
y si como
un instante después, una sutil calidez que quema
flotase a un milímetro del pecho
para luego desaparecer.

V
Los hilos, hilitos de baba rosada que salen por su boca
Testifican por primera vez las partes muertas del cuerpo.
La ansiedad se trasmite por
el líquido rojo con la furia y la rapidez
de una corriente eléctrica
leves temblores anuncian el inevitable desenlace
las rendijas por el frío azuladas
exhalan respiraciones carcomidas que salen en suspiros fatigosos.
Sedimentos.
El alma
o el corazón
o lo que debería estar en su lugar
o una caja de madera con una luz estroboscópica
sufre.
Sus tubos rugosos, repletos de
el almíbar negro de lento caminar,
se agolpan contra la sedosa piel transparente,
y con cada latido, más se arraiga el sufrimiento.

VI
Criatura del pantano
débil y sucia luz nocturna
despótico ser de final
en esa caja de madera oís las transacciones
primero húmedas
luego rugosas
y por último sedosas
de la corriente de aire enfermo.
Como pisadas pesadas en un corredor desierto
oís el rumor frecuente, sombrío y acompasado de la sangre infectada.
Se sabe que el pasillo termina
y los caminos se abren
y vuelven a cerrarse
en un infinito laberinto de brazos de carne que
se enredan, por los dedos
se agarran con las uñas.
Finalmente todos los caminos se unen en el final.
Todo empieza para terminar
con un débil
pero visible destello de oscuridad
en la parte podrida
y más insignificante del ser.

Sangre

[abril 2008]

El Silencio se hacía.
El primer “tac” del golpe del taco de su zapato color chocolate, apaleaba el último arañazo de un pupitre que termina de desperezarse por completo allá en el fondo.
Nos llamaba la atención lo frío, lo helado en sus ojos.
Las bolsas, que a cada palabra parecían caer más, enmarcaban unos globos oculares color beige inyectados en sangre que dejaban asomar unas tímidas pupilas verde oscuro.
Como sangre en esos ojos, no vimos en otros. Decenas de venas minusculas cargadas de sangre.
La boca era una línea. Apenas al costado se entreabría un tajo para comunicar los enunciados que correspondían al día de la fecha en tono monocorde y glacial.
Cierta vez aconteció un hecho traumático en sí mismo: La línea se deformó ondulante, se sacudió en una brevedad mortuoria, en un suspiro intrínseco. Asomó una sombra vieja, putrefacta, una fotografía en blanco y negro, mohosa, un estertor diabólico de una sonrisa.
Cuantos estuvimos ahí, todavía no borramos del pecho la mueca de espanto.

Arrastraba su pesado y a la vez frágil cuerpo de una punta a la otra del pizarrón. Escribía casi sin mirar y se trasladaba en la misma masa densa de silencio como sí ignorara que dicha duración era producto de la estupefacción de los pasivos interlocutores de ver semejante ejemplar sangriento desplazándose por la habitación.

Algunas veces alguien tosía, carraspeaba o cambiaba de posición y cuando esas eventualidades acontecían era, al menos, notable la forma ruidosa en que explotaba la burbuja de silencio.

A veces alguien hablaba, alguien preguntaba alguna cosa al profesor.

Él interrumpía su caminata hacia uno de los lados del pizarrón con evidentes, modorrazas señas de no ser algo premeditado en la planificación del día. Una especie de tropezón lento.
Y tomaba entre sus dos manazas la tiza con los dedos llenos del polvo.
El ser pesado se hacia mas pesado, se replegaba en su fragilidad.
Y miraba.
Y miraba con su mirada de bolsas y sangre y nada.
Era triste ver como semejante fortaleza, se refugiaba apretando una tiza entre los dedos, mirando algún punto en el vació, mientras pensaba que descongelarse para la cena en la noche.
Por lo general balbuceaba alguna cosa que no respondía a la pregunta.


Le llenaba de sangre a uno el corazón.